El legado de un maestro, la educación.
Recuerdo una de mis tutorías de tesis de titulación, eran las 8 a.m. de un lunes de febrero de 2019 y sucedía algo inesperado: por primera vez mi tutor se retrasaba a una sesión. Llegó luego de 20 minutos, aproximadamente, porque tuvo una ponencia en España el sábado anterior. Estaba con su maleta de viaje, pues acababa de arribar a Guayaquil y, luciendo muy cansado y con ojeras, expresaba que le costó descansar por el cambio de horario, pero llegó.
Luego de sus disculpas por el inconveniente, nos miró y dijo que podía haber pedido permiso, pero sentía el compromiso de estar con nosotros en ese momento, porque quería que fuésemos los mejores.
Historias como estas pudiera seguir narrando sin percibir de cerca el final, son anécdotas que te marcan y forman parte de tu desarrollo personal y profesional. Pues es así, un maestro es capaz de educar desde lo intelectual, pero también desde lo humano y, sobre todo, desde el ejemplo.
Vivimos en un mundo lleno de personas apasionadas que se prometen alcanzar sus ideales de cualquier forma, muchas veces sin importar los medios y, otras veces, sin un objetivo aparente. Bien recita un texto cristiano cuando refiere que “un ciego no puede guiar a otro ciego”, y es así; quien desconoce a un maestro anda por la vida como un vehículo sin dirección y sin frenos.
Sin ahondar en ejemplos, vemos los serios problemas de corrupción en el país, como cada vez más están teniendo aceptación popular las captadoras de fondos ilegales (como el escandaloso caso “Big Money” en Quevedo, que tantos crímenes ha dejado); en fin, muchas situaciones más que, pienso, se pueden evitar desde la orientación hacia una educación integral. Ese es el mayor legado de un maestro.
Nuestros jóvenes ecuatorianos son apasionados por lo que hacen, pero desde las aulas son los docentes los llamados a forjar la vocación, que no es más que el amor y el profesionalismo por su labor, teniendo como finalidad el servicio a la comunidad y la construcción de un país mejor.
De esta manera, podría decir que una sociedad sin maestros es como un edificio que se construye sin puertas y sin ventanas. Si no hay espacio para la educación nos chocamos, perdemos de vista el objetivo y ahí es cuando surgen los dolores de nuestra sociedad.
Chesterton decía que muchos padres piensan en dar a sus hijos lo que los suyos no pudieron, olvidando dar a sus hijos lo que sí recibieron de sus padres. He ahí la misión de los maestros, como segundos padres, de dar a sus estudiantes lo que un día recibieron. Este es el legado del que estamos llamados a dejar.
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